El genio con pies de barro: Orson Welles

La Huella del Cine
Por Luis Díaz, Analista de documentos cinematográficos.
Es verdad, ¿que Orson Welles no había visto ni una película antes de hacer «Ciudadano Kane»?
No, no era verdad, era un rumor de ciertos círculos para restar genialidad a la ópera prima más famosa de la historia del cine tachando a su autor de analfabeto y al contrario por otros, celebrar su talento innato, que no necesitaba de referentes para cambiar el curso del tiempo.
Orson nunca fue profeta en su tierra, y Hollywood le castigó eternamente con la etiqueta de director excesivo y conflictivo, porque le resultaba intolerable que alguien, recién cumplidos los veintiséis, hubiera puesto la gramática del cine clásico contra las cuerdas.

Quizá los hechos le convirtieron en un paranoico, pero ciertamente el rechazo de estudios y productores le persiguió toda su vida.
Solo hay que citar varias secuencias de sus películas para saber que estábamos ante un genio, como el comienzo de «Ciudadano Kane», con ese «Rosebud» musitado mientras una bola de nieve cae para que el mundo se congele de repente, esa estructura de la película, el uso obsesivo de grandes angulares y contrapicados, en un ejercicio barroco en el que el cine parecía descubrir las tres dimensiones, el volumen y la densidad dramática hecha imagen profunda, el virtuoso plano secuencia inicial de «Sed de mal>>, el final en la galería de espejos de «La dama de Shanghai» o la emisión radiofónica de «La guerra de los mundos», haciendo creer a medio país que estaban llegando los marcianos.
«Para mí es inevitable convertir las cosas en películas. Lo que pasa es que los demás no me dejan hacerlas”.